21 agosto 2005

 

Der Untergang: Hitlers Ende.




Alemania es un país, un pueblo y una cultura llena de contrastes. País de grandes filósofos, músicos, científicos, historiadores, en fin, mucho de lo que sentirse orgulloso. Pero, asimismo, encabeza la lista de naciones que más horror y sufrimiento han infligido a la humanidad. Millones de seres humanos, judíos, gays, gitanos y enemigos políticos en general, exterminados, pueblos pisoteados y humillados. Alemania llevó el concepto de genocidio al paroxismo.

¿Qué hace que una misma patria de a luz a hijos tan esclarecidos y a otros tan monstruosos? Kundera, creo que en "la Inmortalidad" o en "la Ignorancia", no recuerdo bien, atribuye eso a la vocación de expansión de su cultura, que un pueblo orgulloso de la misma se siente en la obligación de exportar a otros, para iluminarlos, enseñarles el camino. Dice lo mismo del pueblo ruso, analizando el porqué del dominio de alemanes y rusos sobre la modesta y poco envidiable cultura checa.

Discrepo de ese tipo de interpretaciones. Creo que cualquier pueblo, cualquier mujer u hombre, sin necesidad de tener una mente monstruosa, puede cometer horrores. Eso es lo preocupante y lo que nos tiene que mantener en alerta.

El próximo 1 de septiembre, cuando conmemoremos un aniversario más de la invasión alemana a Polonia que detonó el conflicto mundial y todos sus horrores, se va a estrenar en Chile la película "Der Untergang", traducida como "La Caída", película alemana que retrata los últimos días de Hitler en el Bunker. Recordé que el año pasado leí un artículo en "Der Spiegel", que analizaba la película y se refería a la gran polémica que en ese momento se vivía en Europa, fruto del estreno de la misma.

Hago notar que esta es la segunda película alemana, después de "Der letzte Akt", de 1954, en que el personaje principal es Adolf Hitler, quien de acuerdo a lo que he tenido oportunidad de leer está brillantemente interpretado por Bruno Ganz, el inolvidable ángel rebelde de "Der Himmel über Berlin" (Las Alas del Deseo, ¡qué mala traducción!) y de "Im Weiter ferne so Nah" (Tan lejos y tan cerca, mucho mejor traducida).

El meollo de la polémica, grave pecado de Ganz, dirigido por Oliver Hirschbiegel, es que la película no presenta al monstruo Hitler, una máquina robótica de matar, sino que vemos a un líder frustrado, traicionado por su círculo de Hierro, herido, derrotado, fracasado y enamorado de Eva Braun. En suma, un ser humano, con emociones y deseos, frustraciones y dolores. Ganz presenta un Hitler demasiado humano.

Es comprensible la polémica en Europa. Aclararemos inmediatamente que no invito a la compasión por Hitler, figura que me parece execrable, sino más bien a detenernos a examinar el porqué dicha representación del Hitler humano causa tanto pavor y encono. Y sobre todo en Alemania, cuyo pueblo ha pasado sesenta años cargando el estigma del nacional socialismo, enfrentando su pasado y ralizando actos concretos de reparación.

La polémica europea surge porque durante años hemos descansado pensando que el horror, el terror, la masacre y el genocidio son sólo el producto de mentes monstruosas, enajenadas, torcidas, no de seres humanos. El enfrentar a un Hitler - humano, significa encontrarse de frente con una verdad dolorosa de aceptar: que no hay que ser especialmente psicótico, o un monstruo o un engendro inhumano para desencadenar el horror. Esa capacidad destructiva fue producto de un grupo de mujeres y hombres, como Ud. o como yo, liderados por un hombre, como Ud. o como yo, respecto del que se conjugaron elementos singularmente favorables para seguir una doctrina fanática y lunática. La otra lectura (la del Führer monstruo, no humano) es mucho más tranquilizadora, pero falsa. Y a lo mejor, más conveniente para lavar un pasado poco decoroso. Recuerdo que hace un par de meses atrás leía que el ex editor del "Frankfurter Allgemeine", un importante diario alemán, declaraba en una entrevista que el horror de Hitler no fue responsabilidad de los alemanes, que los alemanes sólo pusieron como condimento la disciplina y su característica eficiencia, pero las ideas no eran más que las habituales monstruosidades mediocres de los austriacos. Esas declaraciones me parecieron pueriles y grotescas, pero observemos de dónde vienen. No es un analfabeta inmigrante quien las dice, sino una de las personas más influyentes de la opinión pública germana. Por otra parte, sorprendente fue la tímida reacción a tales declaraciones. En resumen, los alemanes no tienen la culpa, sólo un monstruo austriaco. Los alemanes pueden dormir tranquilos, porque a los monstruos se los puede quemar en la hoguera. Los seres humanos no son capaces de tal barbarie.

Ese es el pecado de Bruno Ganz, enrostrarnos lo humano que puede ser el terror, y lo febles que son los mecanismos para controlarlo y deslegitimarlo. Ya nos había advertido de ello Hannah Arendt, en "La Condición Humana" y especialmente en "Los Orígenes del Totalitarismo". Los torturadores, los asesinos, los censores, los agentes de la muerte, todos ellos amaban a sus parejas, a sus hijos, probablemente eran tiernos padres, amaban a su patria (Eric Rohm era gay, amaba a su pareja, un hombre, y mataba a gays por ser enemigos del Reich). En Chile ocurría lo mismo con los verdugos de Pinochet. No eran especialmente monstruosos, eran seres humanos, seres que sin control, son capaces de cometer monstruosidades inenarrables.

Estoy cierto que esta visión del Hitler humano trae desasón y miedo, además de ira, pero al mismo tiempo nos hace enfrentar ese desafío. No sigamos confiando en que era un monstruo, porque los monstruos son fáciles de identificar y excluir. Descubrir un ser humano con la potencia de cometer tales horrendos crímenes es lo delicado.

Para eso, el único camino es afirmar nuestro método de asegurar un trato justo entre los seres humanos. Un sistema político que permita que el poder no esté concentrado, la democracia; un sistema jurídico donde nadie esté por sobre la ley, el Estado de Derecho; y un sistema de derechos y garantías que nadie pueda transgredir ni afectar, sin pagar caras consecuencias, los derechos humanos. Esas son nuestras armas para protegernos de lo que seres humanos como Ud. o como yo pueden cometer cuando el poder se concentra sin contrapeso y con vocaciones mesiánicas.

No los invito a ver la película para enternecerse o compadecer a Adolf Hitler. Los invito a verla para reflexionar acerca de la constitución de nuestra propia humanidad individual, y examinar hasta qué punto esa humananidad puede aportar a la reconstitución de una comunidad ética en Chile, para que el "Nie Wieder" de Willy Brandt resuene en nuestra patria con un sólido y cierto "Nunca más".

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